Me arrastra un torrente desbocado, me sumerge y me eleva a su antojo
corriente abajo llevándose consigo recuerdos de una vida.
Sus aguas se vuelven cada vez más densas, más negras, hasta convertirse en
dos majestuosas alas de frió cristal que se alzan amenazantes ante mí.
La sombra crepuscular que proyectan transforma
lo que en otro tiempo fueron formas inocuas en bestias que acechan mi alma.
El desconsuelo se cierne sobre mí rodeándome con un gélido abrazo que
comprime mi espíritu y embota mi cerebro.
La presión llega hasta el tuétano de mis huesos dando comienzo una danza,
una danza cruel, la danza del dolor.
A lo lejos, el ritmo constante de un despiadado vals que me espera
inexorable, rompe el silencio.
Un, dos, tres, un, dos, tres…
Intuyo que su desalmada mirada se posa sobre mi cuerpo que gira llevado por
el ritmo acompasado,
Un, dos, tres, un, dos, tres…
Intento mirar de soslayo sus ojos sin vida, pero me queman las pupilas y me
hiela el corazón.
Se lo que debo hacer. ¡Mirar su cara, seguir su ritmo infernal, aceptar este baile
maldito! pero no puedo y me dejo llevar
observando como mis pies son arrastrados al son de su angustiosa melodía.
Un, dos, tres, un, dos, tres.
A veces afloja suavizando el ritmo. Siento un poco de calor, veo la luz,
cojo aire y respiro, pero solo ha sido un engaño, al poco vuelve con más
fuerza reanudando el ritmo y meciéndome como
a una hoja llevada por el viento.
¡Giro y giro! Giro en oscuro, en vacío,
describiendo círculos cada vez más estrechos y comprendiendo que esta terrible
danza tendrá descansos, pero jamás tendrá fin.